Frases de Mario Benedetti
Frases destacadas de Benedetti que incluyen temas como felicidad, destino, creencia, necesidad, mujer y Dios. Textos célebres elegidos y seleccionados.
Mario Benedetti |
(Sep. 14, 1920 - May. 17, 2009) Escritor, dramaturgo, periodista y uno de los poetas uruguayos más importantes de la literatura latinoamericana de todos los tiempos, ha publicado más de 80 libros y ha sido traducido a diferentes idiomas. /
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Frases de Mario Benedetti:
Ella dice que la gente acaba por lo general sintiéndose desgraciada nada más que por haber creído que la felicidad era una permanente sensación de indefinible bienestar, de gozoso éxtasis, de festival perpetuo. No, dice ella, la felicidad es bastante menos (o bastante más, pero de todos modos, otra cosa) y es seguro que esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar.
También es una triste con vocación de alegre.
Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para saber que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.
Me gusta el viento. No sé por qué, pero cuando camino contra el viento, parece que me borra cosas. Quiero decir: cosas que quiero borrar.
No vayas a creer lo que te cuentan del mundo aun los que te aman mienten sobre él probablemente sin saber que mienten.
Pero una cosa es cierta: no me atrevo a juzgarte. Sé que cuando uno ve las cosas desde fuera, cuando uno no se siente complicado en ellas, es muy fácil proclamar qué es lo malo y qué es lo bueno. Pero cuando uno está metido hasta el pescuezo en el problema (y yo he estado muchas veces así), las cosas cambian, la intensidad es otra, aparecen ondas convicciones, inevitables sacrificios y renunciamientos que pueden parecer inexplicables para el que sólo observa.
La teoría de ella, la gran teoría de su vida, la que la mantiene con vigor, es que la felicidad, la verdadera felicidad, es un estado mucho menos angélico y bastante menos agradable de lo que uno tiende siempre a soñar.
Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era solo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más.
No sé, yo querría que Dios existiese. Pero no estoy seguro. Tampoco estoy seguro de que Dios, si existe, vaya a estar conforme con nuestra credulidad a partir de algunos datos desperdigados e incompletos.
Cómo la necesito. Dios había sido mi más importante carencia. Pero a ella la necesito más que a Dios.
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